contactosubscribirse

DE CÓMO NUEVA YORK ROBO LA IDEA DE ARTE MODERNO

26 julio 2010


por Adolfo Vasquez Rocca
1.- En materia cultural, Estados Unidos, durante la segunda mitad del siglo XIX, fue partícipe de las principales tendencias de Europa. Los pintores norteamericanos estudiaban aún en París; los eruditos se entrenaban en universidades extranjeras y las orquestas sinfónicas norteamericanas y las compañías operísticas dependían completamente del talento europeo. Asimismo la filosofía que fue gestándose, el Pragmatismo, acusa una deuda y encuentra sus raíces en el empirismo inglés, cuyo influjo sigue presente hoy en la conformación del espíritu norteamericano y en lo que cabe llamar el estilo norteamericano de encarar las cosas, estilo particularmente propicio al desarrollo de la mentalidad empresarial que la nación del Norte ha desplegado como una de sus principales virtudes. Así la cultura norteamericana con frescura y originalidad, aunque todavía sin llegar al refinamiento, comenzaba a hacer valer sus méritos.

La contribución intelectual de Norteamérica más original e influyente durante finales del siglo XIX fue la filosofía del pragmatismo. Sus comienzos se remontan a 1870, pero sólo atrajo la atención general del mundo intelectual a la vuelta del siglo. En la mente popular, el pragmatismo justificaba la preocupación de Norteamérica por las pretensiones prácticas y la sanción moral a la violenta lucha por éxitos materiales.

La mayoría de los norteamericanos presumía de su éxito. Aún se oían algunas voces críticas. En un período de progreso y prosperidad, al parecer como resultado del liberalismo, el periodista norteamericano Henry George escribió Progreso y Pobreza (1879), que desafiaba al sistema de libre empresa. Thorstein Veblen, en La teoría de las clases acomodadas (1899), al examinar el papel del cliente en la economía de sus días, encontraba que consideraciones materialistas como el "consumo notable" y el "notable derroche" ejercían una influencia enfermiza en la estructura de los precios existente.

Estos escritores tuvieron una considerable influencia en Europa, donde la preocupación por los efectos del desenfrenado liberalismo económico, había perturbado mucho a los críticos sociales y naturalmente a los socialistas.

2.- Huérfanos de tradiciones, EE. UU. vive para la realidad inmediata y por ello subordina toda su actividad a la búsqueda del bienestar personal y colectivo. Prodigo de sus riquezas, el norteamericano ha logrado adquirir con ellas plenamente la satisfacción y la vanidad de la magnificencia suntuaria, pero no ha logrado adquirir la nota escogida del buen gusto. El arte verdadero sólo ha podido existir en tal ambiente a título de rebelión individual.

En el fondo de su declarado espíritu de rivalidad hacia Europa, hay un menosprecio que es ingenuo, y hay la profunda convicción de que ellos están destinados a obscurecer, en breve plazo, su superioridad espiritual y su gloria.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y con el surgimiento de lo que entonces se denominó sociedad posindustrial, y más tarde Posmodernidad, el papel que comienza a jugar al arte es otro. Como se ha señalado, Serge Guilbaut explica con lúcida claridad cómo se produjo el traslado de la vanguardia artística de París a Nueva York durante la década de 1940. En De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno, Guilbaut presenta un caso ejemplar que ilustra cómo el Estado apoya a una vanguardia artística para parasitar sus supuestos valores identitarios. En este caso, según Guilbaut, el uso que el gobierno norteamericano hizo del expresionismo abstracto –al modo de Jackson Pollock– buscaba promocionar en el contexto de la Guerra Fría los valores del individualismo, el subjetivismo, la libertad de expresión y el a-politicismo. De este modo se consuma la explotación del valor simbólico de la vanguardia por parte del Estado: aquí la vanguardia artística deja ya de ser transgresora para convertirse en una herramienta propagandística.1

Para ahondar estas reflexiones sobre la forma en que el espíritu norteamericano consolida una identidad reactiva frente a la cultura Europa, nos situaremos en la compleja relación entre producción cultural y desarrollo económico. A estos efectos resulta decisivo el análisis del vericueto que conduce a la hegemonía norteamericana en el ámbito no sólo de la economía sino también -y de modo asociado- al del arte y la cultura. En la ya clásica obra De cómo Nueva York se Robó la Idea de Arte Moderno1 se realiza una profunda investigación sobre el nacimiento y desarrollo de la vanguardia norteamericana, que en pocos años consiguió trasladar el centro de la cultura occidental de París a Nueva York. En esta obra se analiza el rol que cumplió esa vanguardia en el acompañamiento del Plan Marshall en los años 50 y las condiciones internacionales que hicieron de ella un movimiento artístico que logró ser identificado con la democracia occidental.

Serge Guilbaut, el autor, utiliza la comparación entre el panorama artístico de Nueva York y París en los años de la Guerra Fría para mostrar cómo las divisiones políticas en el mundo artístico parisino y la incapacidad para reconocer las críticas propiciaron que París pasase a un segundo plano en el ámbito de la innovación artística. De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno reproduce el alcance del compromiso y la lucha que se dieron en torno al expresionismo abstracto y la preocupación de los artistas por resolver los problemas de la creación simbólica.

Fue un momento de crisis no sólo en lo económico, sino también en lo ideológico y simbólico. Un periodo que obligó a reorganizar completamente las formas de consumir y producir cultura como también los modos de entender el mundo. Los norteamericanos, vieron en esto una oportunidad, después de la guerra construyeron y solidificaron una tradición cultural de la que carecían.[Leer más]
Origen:Transversales

0 comentarios: