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LA TRASTIENDA MAS OSCURA DEL ARTE CONTEMPORANEO

24 diciembre 2009

por Julia Luzán
¿Cuánto vale una vieja foto de stalin? Nada. ¿Y si Damien Hirst le pinta encima una nariz roja? 155.000 euros. cuando el artista contemporáneo se convierte en marca; el mercado, en especulación, y la obra, en símbolo de estatus, ¿qué queda del arte?

El cielo amaneció encapotado, con amenaza de lluvia. Fue un lunes sombrío en Londres. Los vagones de la Jubilee Line hacia la estación de Canary Wharf iban atestados. Como siempre. Los jóvenes empleados de la financiera Lehman Brothers escuchaban música en sus iPhone o leían el diario gratuito Metro. Como siempre. Edouard d'Archimbaud, un joven francés de 24 años, se sentía emocionado porque ése iba a ser su primer día de trabajo. Pero aquel 15 de septiembre de 2008, cuando la mastodóntica estación diseñada por el arquitecto Norman Foster escupió los miles de trabajadores hacia los edificios de la nueva city financiera, ya no fue como siempre. El mundo estaba a punto de cambiar en 59 segundos. El banco Lehman Brothers entregaba cartas de despido. Caía la primera ficha del dominó de una de las mayores crisis económicas de nuestra historia reciente.
Mientras, al otro lado del Támesis, en la espectacular sede londinense de la casa de subastas Sotheby's, fundada en 1744 por el comerciante Samuel Baker -"el mejor postor es el comprador", era el lema de su casa-, el artista británico Damien Hirst (1965) subastaba las obras de su colección, 233 lotes, saltándose de una tacada a galerías e intermediarios, por 140 millones de euros. Fue una jugada maestra. La doble faz de un mundo global que mostraba en los informativos de la BBC las caras desoladas de los trabajadores despedidos del emporio financiero, y el rostro orondo con gafas de ultradiseño de uno de los más famosos representantes de los Jóvenes Artistas Británicos (YBA).

El mercado del arte contemporáneo y el financiero se habían encontrado, por fin. Tanto tiempo disimulando y el crash puso a los lobos con piel de cordero en su sitio. Pero lo peor aún estaba por llegar. Don Thompson, un economista anglosajón y profesor de ciencias empresariales que oculta coquetonamente su edad, ha investigado durante años para escribir un libro, El tiburón de doce millones de dólares (editorial Ariel), en el que demuestra cómo el marketing y la codicia dominan el mundo del arte.
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Origen: El País

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