contactosubscribirse

¿POR QUÉ NOS FASCINA TANTO EL ARTE EGIPCIO?

01 julio 2010

Allá donde va triunfa. Por supuesto. Ponga usted en su museo una exposición de arte egipcio y el éxito, más que garantizado, será multitudinario. La última prueba es "Tutankhamon. La tumba y sus tesoros", en el pabellón 12 de la Casa de Campo de Madrid. Y eso que, por ejemplo, su entrada cuesta casi el triple que ver el Museo del Prado. En fin.

Lo cierto es que, como afirma el Dr. Wolfgang Wettengel, creador de la muestra de Tutankhamon, "las exposiciones sobre las fascinantes obras de arte egipcias gozan desde hace muchos años de gran popularidad". ¿Por qué? "Yo creo que se puede resumir en una sola palabra, quizá para su desgracia: el misterio, el halo de misticismo que existe en torno del antigua Egipto".

Quien responde es Juan de la Torre, presidente de la Asociación Andaluza de Egiptología, que prosigue: "El problema es que gran parte de ese misterio viene dado más que nada por el desconocimiento generalizado, porque una vez que te metes en el tema vez que no hay tanto".

La maldición más famosa: la de Tutankhamón
Durante siglos el misterio ha rodeado todo lo relacionado con el Antiguo Egipto, sus monumentos funerarios, ritos, dioses y faraones aparecen ante nuestros ojos como vestigios de un mundo desconocido. El desciframiento de la piedra Rosetta, que permitió la interpretación de los jeroglíficos, nos ha desvelado algunos de sus enigmas, pero muchos otros quedan hoy por resolver.

Cuando uno piensa en los faraones de Egipto, Tutankhamon es el primer nombre que viene a la cabeza. Es, sin duda, el más famoso de todos los faraones, precisamente por el misticismo del tesoro que se encontró en su tumba, incluida la conocida máscara de oro. Y por su maldición. Ésta es una de las maldiciones más famosas de la historia. Su difusión ha contribuido a aumentar el halo de misterio y de magia que siempre ha envuelto a los majestuosos monumentos funerarios egipcios.

Tutankamón era un joven faraón egipcio de la XVIII Dinastía. Llegada la hora de su muerte fue enterrado según sus costumbres, en una tumba rodeado de sus más preciados tesoros y gran cantidad de alimento del que dispondría en su otra vida. En noviembre de 1922, Howard Carter halló en el Valle de los Reyes la momia del joven faraón y sus tesoros intactos.
 Unos días después del hallazgo, Lord Carnarvon, el promotor de la expedición, murió de neumonía; su perro que se encontraba en Inglaterra, también.

La leyenda estaba servida. La novelista gótica Marie Corelli -tan injustamente olvidada, por cierto- aderezó la leyenda, afirmando que poseía un manuscrito árabe que certificaba la maldición. Pero nada. Fue uno de los primeros casos de la prensa sensacionalista inglesa. El cine -La momia y sus secuelas, al frente- contribuyó también al montaje. Carter, por cierto, murió en 1939 con 65 años.

Y las egipcias fascinan, no sólo a egiptomaniacos
Pero, hay otra clave, desde que en 1964 se expuso en el British Museum la primera gran exposición sobre Egipto: la belleza. Por ejemplo, del busto de Nefirtiti. Los egipcios, sí, fueron los primeros en adorar la belleza y recrearla artísticamente.

Un halo de misterio sigue rodeando la escultura policromada de la reina Nefertiti que se conserva en Berlín, un retrato que, 3.500 años después, no ha perdido su enigmática sonrisa -¿de sabiduría, de sensualidad o de desdén?- y ha sido considerado la Mona Lisa de Amarna, la representación emblemática de las maravillas y misterios de una de las épocas más asombrosas de Egipto.

Con Nefirtiti nace la proclama de André Breton: las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. Y las egipcias fascinan, no sólo a egiptomaniacos, como Modigliani, por ejemplo, sino a la gran mayoría. Y ahí se divisan otras cuantas que bien pueden expresar el decálogo del arte egipcio: la máscara de Tutankhamon, la cabeza retrato de Tiye, la tapa del sarcófago de Maakare, la máscara funeraria de Khonsu, las joyas de Sat-Hathor, las estatuas de Ramsés II y Nefertari? o las pirámides de Keops, Kefren y Micerinos.[Leer más]
Origen:EcoDiario/Cultura

0 comentarios: